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Fue Agustín un periodista de amplia trayectoria que contó en Cantabria con muchos amigos que se ganó por su magnífica capacidad en las relaciones públicas, pero también por dejas muchas muestras del valor que aportaba a la amistad leal construida desde el afecto. Santarúa fue, sobre todo, un hombre de mar (él mismo confesaba pertenecer a una «raza salitrosa»), pasión desde la que entendía unas relaciones humanas de horizontes largos e infinitos, sin fronteras ni barreras.
Como hombre de mar, fue siempre generoso, desprendido y hospitalario con los amigos que, de vez en cuando, le visitábamos en Candás y Salinas. Cuando he conocido su fallecimiento, he recordado que hacía más o menos cuatro años que no le veía; la última -recuerdo- en el Club Marítimo de Salinas donde disfrutamos de un agradable almuerzo y repasamos recuerdos y vivencias de la Cantabria de los años ochenta.Conocí a Agustín Santarúa hace un cuarto de siglo. Entonces, además de ilustre periodista, era jefe de comunicación de la Asturiana de Zinc y sus viajes a Cantabria eran frecuentes al llevar las relaciones institucionales de la empresa.
Nos hicimos buenos amigos, quizás porque funcionó la clave periodística, pero también porque ví en él una persona que me aportaba madurez y experiencia que apoyaba en un gran sentido común. En una comunidad conflictiva, entonces, en las relaciones políticas, trabajaba por superar las controversias y antagonismos en cuyo contexto se inició la autonomía cántabra. Con él, además, comencé a acercarme más y comprender a la tierra vecina, tan cerca y tan lejos a la vez.Fue Santarúa un gran personaje que tuvo el acierto de unirnos, en sus años de numerosas presencias en Cantabria, en torno a su figura, sus ideales e iniciativas, a gentes de muy diversa procedencia, ideas y actividades profesionales. Recuerdo que gracias a ese saber hacer, personas de distinta ideología y procedencia, actores de la vida cántabra entre las que se interponía un muro de separación, él era capaz de derribarlo. De esta capacidad conocen mucho personas como Manuel Rotella, que había dimitido entonces como alcalde de Torrelavega; el director de este medio o el inolvidable Chisco Mateo del Peral, ya fallecido, por citar algunos nombres. Afirmo, desde mi convicción personal, que su entrega a la tarea de buscar armonía y cooperación logró frutos importantes sin más interés, por su parte, que ejercer y entender su amistad con unos y otros. Tenía Agustín una gran vocación cultural. Había sido redactor del diario Región y Televisión Española, y en su etapa de Asturiana de Zinc (Azsa) fue fundador de Ediciones Ayalga.
En una ocasión se enteró que estaba a punto de publicar un libro (Hacer Pueblo, Hacer Cantabria, fue su título) y aunque su temática se centraba en analizar el hecho autonómico cántabro que apenas llevaba dos años de andadura, me pidió que se editara por Ayalga. Recuerdo que intervino en el acto de presentación en Santander, definiendo la cultura como el gran encuentro de los hombres por encima de otras diferencias. Pero Santarúa, además de periodista y editor, fue un emprendedor capaz de tejer «sueños y utopías». En cada viaje a Cantabria ponía sobre la mesa alguna iniciativa y si algunas tenían un poco de utópicas, las hacían imposibles, en última instancia, nuestro carácter cántabro definido por cierto individualismo. Sin embargo, en su tierra asturiana alguna de sus ideas, marcadas también por cierta utopía, se llevaron adelante gracias a su tesón y capacidad emprendedora. Es el ejemplo del Museo de Anclas Philippe Cousteau que surgió a finales de los ochenta en el seno de la Cofradía de la Buena Mesa de la Mar, que fue otra de sus iniciativas salitrosas en torno a la mar y a la unión de mares y océanos en homenaje a las gentes que dieron su vida por ella.
De nuestra tierra tan vinculada al mar y a sus aventuras, Santarúa llevó algunas anclas que en lugar destacado reflejan la participación cántabra en su proyecto. La muerte de Agustín Santarúa ha tenido un fuerte impacto en la sociedad asturiana donde era muy conocido y apreciado por sus iniciativas. Se ha destacado que vivió íntimamente ligado a la mar. Desde una visión cántabra, su huella permanece en su entrega a las relaciones humanas y su capacidad de unir, en lo que fue perseverante y ejemplar.
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EL SEÑOR Don Agustín Santarúa
Falleció el día 01-03-2009
en Avilés
Ejemplo de 'raza Salitrosa'
Hace unas horas conocimos que el pasado domingo falleció en el Hospital San Agustín, de Avilés, don Agustín Menéndez Prendes (1932), más conocido por Agustín Santarúa, apodo o seudónimo que heredó de su hermano, destacado escultor.
Fue Agustín un periodista de amplia trayectoria que contó en Cantabria con muchos amigos que se ganó por su magnífica capacidad en las relaciones públicas, pero también por dejas muchas muestras del valor que aportaba a la amistad leal construida desde el afecto. Santarúa fue, sobre todo, un hombre de mar (él mismo confesaba pertenecer a una «raza salitrosa»), pasión desde la que entendía unas relaciones humanas de horizontes largos e infinitos, sin fronteras ni barreras.
Como hombre de mar, fue siempre generoso, desprendido y hospitalario con los amigos que, de vez en cuando, le visitábamos en Candás y Salinas. Cuando he conocido su fallecimiento, he recordado que hacía más o menos cuatro años que no le veía; la última -recuerdo- en el Club Marítimo de Salinas donde disfrutamos de un agradable almuerzo y repasamos recuerdos y vivencias de la Cantabria de los años ochenta.Conocí a Agustín Santarúa hace un cuarto de siglo. Entonces, además de ilustre periodista, era jefe de comunicación de la Asturiana de Zinc y sus viajes a Cantabria eran frecuentes al llevar las relaciones institucionales de la empresa.
Nos hicimos buenos amigos, quizás porque funcionó la clave periodística, pero también porque ví en él una persona que me aportaba madurez y experiencia que apoyaba en un gran sentido común. En una comunidad conflictiva, entonces, en las relaciones políticas, trabajaba por superar las controversias y antagonismos en cuyo contexto se inició la autonomía cántabra. Con él, además, comencé a acercarme más y comprender a la tierra vecina, tan cerca y tan lejos a la vez.Fue Santarúa un gran personaje que tuvo el acierto de unirnos, en sus años de numerosas presencias en Cantabria, en torno a su figura, sus ideales e iniciativas, a gentes de muy diversa procedencia, ideas y actividades profesionales. Recuerdo que gracias a ese saber hacer, personas de distinta ideología y procedencia, actores de la vida cántabra entre las que se interponía un muro de separación, él era capaz de derribarlo. De esta capacidad conocen mucho personas como Manuel Rotella, que había dimitido entonces como alcalde de Torrelavega; el director de este medio o el inolvidable Chisco Mateo del Peral, ya fallecido, por citar algunos nombres. Afirmo, desde mi convicción personal, que su entrega a la tarea de buscar armonía y cooperación logró frutos importantes sin más interés, por su parte, que ejercer y entender su amistad con unos y otros. Tenía Agustín una gran vocación cultural. Había sido redactor del diario Región y Televisión Española, y en su etapa de Asturiana de Zinc (Azsa) fue fundador de Ediciones Ayalga.
En una ocasión se enteró que estaba a punto de publicar un libro (Hacer Pueblo, Hacer Cantabria, fue su título) y aunque su temática se centraba en analizar el hecho autonómico cántabro que apenas llevaba dos años de andadura, me pidió que se editara por Ayalga. Recuerdo que intervino en el acto de presentación en Santander, definiendo la cultura como el gran encuentro de los hombres por encima de otras diferencias. Pero Santarúa, además de periodista y editor, fue un emprendedor capaz de tejer «sueños y utopías». En cada viaje a Cantabria ponía sobre la mesa alguna iniciativa y si algunas tenían un poco de utópicas, las hacían imposibles, en última instancia, nuestro carácter cántabro definido por cierto individualismo. Sin embargo, en su tierra asturiana alguna de sus ideas, marcadas también por cierta utopía, se llevaron adelante gracias a su tesón y capacidad emprendedora. Es el ejemplo del Museo de Anclas Philippe Cousteau que surgió a finales de los ochenta en el seno de la Cofradía de la Buena Mesa de la Mar, que fue otra de sus iniciativas salitrosas en torno a la mar y a la unión de mares y océanos en homenaje a las gentes que dieron su vida por ella.
De nuestra tierra tan vinculada al mar y a sus aventuras, Santarúa llevó algunas anclas que en lugar destacado reflejan la participación cántabra en su proyecto. La muerte de Agustín Santarúa ha tenido un fuerte impacto en la sociedad asturiana donde era muy conocido y apreciado por sus iniciativas. Se ha destacado que vivió íntimamente ligado a la mar. Desde una visión cántabra, su huella permanece en su entrega a las relaciones humanas y su capacidad de unir, en lo que fue perseverante y ejemplar.