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Otra manera de ser cura

José Luis Fernández

Todos nos hemos conmovido con la muerte de José Luis, \'Cantín\' para los amigos. Ha sido un golpe. Se nos ha ido en cuatro días, como quien dice. Casi no nos ha dejado tiempo para prepararnos, para hacernos a la idea. Pero en todo ello hay algo importante que yo quiero traer aquí a la reflexión. José Luis ha dejado una huella, un legado. Nos ha demostrado durante muchos años que existe otra manera de ser cura, de ejercer el ministerio sacerdotal, por decirlo en términos más ortodoxos. Hay aquí, a mi juicio, un mensaje latente que no se debe echar en el vacío.

Ya sé que no era él sólo. Hay también otros sacerdotes en La Rioja que están intentando abrir nuevos caminos. Pero él creó escuela y ha terminado dejando rastro. Yo así lo creo. Esa nueva manera de ser cura se plasmó en muchos aspectos de su vida. Ante todo, deseo resaltar su humanidad, su presencia amable y cercana, su estilo llano, libre de convencionalismos innecesarios, sin muros, accesible a todos. Él supo encarnar en su vida y en su comportamiento el estilo de Jesús de Nazaret, abierto siempre a los demás, sobre todo a los más necesitados. José Luis tuvo siempre su casa abierta de par en par; siempre estuvo dispuesto a dar acogida a la gente más desubicada, a los marginados, a los que no cuentan en la sociedad; allí, en su casa parroquial, encontraron acomodo y cariño muchos pobres. Su mística fue siempre la del samaritano, dispuesto siempre al servicio y a la compasión.

También fue un hombre siempre abierto al diálogo, a la comprensión, a la tolerancia, preocupado por entender a los \'otros\', a los que no son de los nuestros. Siempre encontró espacios comunes de entendimiento en el arte, en la literatura, en el cine. O en ámbitos tan distintos como el ocio y la huida al campo, aunque no fuera más que para coger setas. Nunca renegó él de su sotillo del alma, junto al Ebro, donde pasó tantos ratos en sus años mozos en Alfaro. El diálogo: un tema pendiente de la Iglesia de nuestro tiempo. José Luis supo abrirse al mundo, a los problemas sociales, a las exigencias del trabajo y de la cultura, ajeno siempre a cualquier forma de dogmatismo intolerante, sin pretender jamás imponer a nadie sus ideas.

Además de todo esto, José Luis fue un valiente, un luchador audaz convencido de sus ideas. Y además, legal, verdadero. El fue de los que saben llamar al pan, pan y al vino, vino. Nunca se anduvo con tapujos. Incluso cuando tuvo que desarmar al Santiago de la iglesia de Nieva quitándole la espada. El gesto le costó algún disgusto. Pero él estaba convencido de que la actitud violenta del Santiago con la espada no casaba muy bien con las exigencias del evangelio. Así de simple. En esta línea tenemos que entender también su presencia habitual en la plaza del Mercado de Logroño manifestándose con los obreros y solidarizándose con sus problemas. Nunca faltó a su cita en La Barranca para recordar con respeto a los humillados de la guerra, a los vencidos.

Me falta otro aspecto fundamental de su vida: la coherencia. A José Luis no se le iba la cosa en palabras. La dureza de sus críticas y la envergadura de sus denuncias cuajaban siempre en una vida austera, humilde, sencilla. Sencilla en el comer, sencilla en el vestir, humilde en su vivienda parroquial. José Luis vivió sobriamente, pobremente, pero feliz. Como son felices los mensajeros del reino, los que anuncian la felicidad a los pobres.

Esta es la otra forma de ser cura. La otra forma de encarnar y de vivir el estilo de vida del Jesus del evangelio. Él era consciente de que su misión esencial era hacer presente y visible a Jesús, imitándole e identificándose con él. En la Iglesia, en comunión con su obispo. Porque él jamás perdió de vista en su ministerio sacerdotal la necesidad de una vida en comunión con la Iglesia. En esa actitud de fe profunda, de compromiso irrenunciable con el evangelio, en la Iglesia, radicaba la fuerza de su vida y la valentía de sus palabra y de sus gestos.

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Otra Manera De Ser Cura

Falleció el día 27-12-2010
en La Rioja


Otra manera de ser cura

José Luis Fernández

Todos nos hemos conmovido con la muerte de José Luis, \'Cantín\' para los amigos. Ha sido un golpe. Se nos ha ido en cuatro días, como quien dice. Casi no nos ha dejado tiempo para prepararnos, para hacernos a la idea. Pero en todo ello hay algo importante que yo quiero traer aquí a la reflexión. José Luis ha dejado una huella, un legado. Nos ha demostrado durante muchos años que existe otra manera de ser cura, de ejercer el ministerio sacerdotal, por decirlo en términos más ortodoxos. Hay aquí, a mi juicio, un mensaje latente que no se debe echar en el vacío.

Ya sé que no era él sólo. Hay también otros sacerdotes en La Rioja que están intentando abrir nuevos caminos. Pero él creó escuela y ha terminado dejando rastro. Yo así lo creo. Esa nueva manera de ser cura se plasmó en muchos aspectos de su vida. Ante todo, deseo resaltar su humanidad, su presencia amable y cercana, su estilo llano, libre de convencionalismos innecesarios, sin muros, accesible a todos. Él supo encarnar en su vida y en su comportamiento el estilo de Jesús de Nazaret, abierto siempre a los demás, sobre todo a los más necesitados. José Luis tuvo siempre su casa abierta de par en par; siempre estuvo dispuesto a dar acogida a la gente más desubicada, a los marginados, a los que no cuentan en la sociedad; allí, en su casa parroquial, encontraron acomodo y cariño muchos pobres. Su mística fue siempre la del samaritano, dispuesto siempre al servicio y a la compasión.

También fue un hombre siempre abierto al diálogo, a la comprensión, a la tolerancia, preocupado por entender a los \'otros\', a los que no son de los nuestros. Siempre encontró espacios comunes de entendimiento en el arte, en la literatura, en el cine. O en ámbitos tan distintos como el ocio y la huida al campo, aunque no fuera más que para coger setas. Nunca renegó él de su sotillo del alma, junto al Ebro, donde pasó tantos ratos en sus años mozos en Alfaro. El diálogo: un tema pendiente de la Iglesia de nuestro tiempo. José Luis supo abrirse al mundo, a los problemas sociales, a las exigencias del trabajo y de la cultura, ajeno siempre a cualquier forma de dogmatismo intolerante, sin pretender jamás imponer a nadie sus ideas.

Además de todo esto, José Luis fue un valiente, un luchador audaz convencido de sus ideas. Y además, legal, verdadero. El fue de los que saben llamar al pan, pan y al vino, vino. Nunca se anduvo con tapujos. Incluso cuando tuvo que desarmar al Santiago de la iglesia de Nieva quitándole la espada. El gesto le costó algún disgusto. Pero él estaba convencido de que la actitud violenta del Santiago con la espada no casaba muy bien con las exigencias del evangelio. Así de simple. En esta línea tenemos que entender también su presencia habitual en la plaza del Mercado de Logroño manifestándose con los obreros y solidarizándose con sus problemas. Nunca faltó a su cita en La Barranca para recordar con respeto a los humillados de la guerra, a los vencidos.

Me falta otro aspecto fundamental de su vida: la coherencia. A José Luis no se le iba la cosa en palabras. La dureza de sus críticas y la envergadura de sus denuncias cuajaban siempre en una vida austera, humilde, sencilla. Sencilla en el comer, sencilla en el vestir, humilde en su vivienda parroquial. José Luis vivió sobriamente, pobremente, pero feliz. Como son felices los mensajeros del reino, los que anuncian la felicidad a los pobres.

Esta es la otra forma de ser cura. La otra forma de encarnar y de vivir el estilo de vida del Jesus del evangelio. Él era consciente de que su misión esencial era hacer presente y visible a Jesús, imitándole e identificándose con él. En la Iglesia, en comunión con su obispo. Porque él jamás perdió de vista en su ministerio sacerdotal la necesidad de una vida en comunión con la Iglesia. En esa actitud de fe profunda, de compromiso irrenunciable con el evangelio, en la Iglesia, radicaba la fuerza de su vida y la valentía de sus palabra y de sus gestos.


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14-03-2011