Rosa María López Blanco dejó un profundo recuerdo en los corazones de todos los que tuvimos la suerte de conocerla. Lloramos desconsolados su muerte y, ahora, después de más de un año sin tenerla con nosotros, sentimos su falta cada vez más intensamente.
Su hijo, Eduardo, se encargó de redactar el epitafio, que se puede leer en su tumba:
"Gracias por enseñarnos la luz de tu sonrisa, es el tesoro más grande que pueda existir en nuestra memoria"
Su deslumbrante sonrisa, que regalaba a todo el mundo, era un auténtico placer al contemplar. Ahora, no nos queda más que conformarnos con su maravilloso recuerdo. Pero será más fácil que el mundo se venga abajo a que la olvidemos, aunque sea sólo por un instante.
Desde el primer día que la conocí, no me separé de ella. Cuando volvía a casa con mi hermano después de aquel día le comenté: “Rosa, la chica que acabo de conocer, será mi mujer y la madre de mis hijos”. Mi hermano se quedó sorprendido, y me dijo que cómo podía decir aquello así sin más. Unos años más tarde, el 29 de diciembre de 1984, se convirtió en mi mujer.
Tuvimos dos hijos maravillosos, que llevan, en su forma de ser, fragmentos de la personalidad de su madre: Eduardo, el mayor, se llevó en mayor medida, la sensibilidad hacia lo bello, hacia la gente, hacia los que necesitan mayor apoyo, su empatía; y Carlos, el menor, se llevó especialmente, la tendencia hacia el cariño en el trato, tanto para dar como deseoso de recibir, hacia el trato más directo, sin encorsetar y las ganas de agradar a los demás. ¡Qué orgullosa debes de estar de ellos, mi amor! Son buena gente, como tú.
Rosa estudió Magisterio en León, en la especialidad de Ciencias Humanas, pero lo que más le gustaba, y lo que mejor se le daba, eran las Matemáticas, aunque también era muy buena en Lingüística, especialmente en Morfosintaxis.
Hizo sus prácticas en el Colegio de los Maristas de Champagnat de León, y quedaron tan encantados con ella que le ofrecieron una sustitución cuando ya se venía, como mi mujer, a vivir a Cantabria conmigo.
Cuando tuvimos a nuestro segundo hijo y, como decidimos quedarnos ahí, empezó a dar clases en el Colegio Virgen de Valencia de Renedo, como profesora de Religión.
Esa especialidad, muy mal reconocida por una parte de la sociedad, por algunos de sus compañeros, y por un color determinado de los distintos gobiernos nacionales, le permitió ejercer su profesión, y demostrar una extraordinaria vocación. Tenía unos quinientos alumnos cada año, y muchos de los niños que no daban Religión lloraban y lo pasaban muy mal cuando llegaba a darles clase la mejor profesora del centro, pero ellos tenían que abandonar el aula. Sí, era la mejor profesora del centro, y lo digo con absoluto conocimiento de causa; porque veía cómo la saludaban sus alumnos cuando nos los encontrábamos de paseo; porque para ella era un auténtico triunfo el haber conseguido algo especial con un alumno desahuciado por sus compañeros; porque acudían a ella cuando tenían algún problema; porque era el único docente de aquel colegio al que le pedían que hiciera sustitución en preescolar sin problemas, no se oponía nunca y los niños no sólo la obedecían sin rechistar, sino que también la adoraban.
Se puede decir que murió al pie del cañón, porque la ambulancia fue a recogerla al colegio el día 8 de octubre de 2009, nada más terminar su jornada laboral, por la tarde, para llevarla directamente al Hospital Marqués de Valdecilla de Santander, porque le había empezado, de improviso, un fuerte dolor de cabeza. Allí, el médico que la atendió nos hizo esperar una hora y media, auque yo, su marido, le decía que estaba sufriendo un ictus cerebral. Durante ese tiempo de espera, hasta que entró en coma, traté de darle todo el cariño que pude. Acariciaba su cabello y ella me decía que le gustaba, con una sonrisa en sus labios. Los últimos momentos que pasó en este mundo estuvo feliz y se sintió amada, lo que no hace más que no deje de preguntarme si hice todo lo que debía: haber luchado contra el médico que la atendió y dejarla sola, o no separarme de su lado y no dejarla sola en ese momento tan grave y trascendental de su propia vida, que fue lo que decidí hacer.
Su cuerpo dejó de funcionar de forma masiva y definitiva cinco días más tarde, sin haber salido del coma, el 13 de octubre de 2009. Y el día 15 nos despedimos de ella.
Descansa en paz, mi niña.
Tu marido.